NI SUJETO, NI PUEBLO, NI…

Podría citar otros ejemplos, pero creo que es suficiente para complejizar el debate en torno a la presencia de abundantes términos de usos problemáticos que no pueden ser descartados así nomás (el de posmodernidad es emblemático) (Anécdota: viajando en el avión presidencial de Caracas a Cumaná donde se realizaba un “Aló Presidente”, Toni Negri increpaba amigablemente al Presidente Chávez por el uso generalizado que se hace del término “pueblo”, a lo que respondió relancinamente el Presidente: “cuando yo digo “pueblo“, lo en verdad quiero decir es multitud“. Picardía ésta cargada de sentido)
Me parece que la interrogación por el “Sujeto” de la revolución es una falsa pregunta, es decir, recae en la trampa de pensar las rupturas o transfiguraciones de lo político en clave de “Sujeto”. El punto está precisamente en desplazar la categoría de “Sujeto” (que de hecho ya ha sido desplazada por el huracán teórico-cultural posmoderno) y entonces introducirse en las movedizas arenas de la “productividad biopolítica de la multitud” de la que nos habla Negri. Son las tribus nómadas que van tejiendo una nueva socialidad (Maffesoli) Son los nuevos actores que se mueven en el paradigma cultural que remplaza el paradigma social en el que se apoyaban aquellos “nuevos movimientos sociales” que se han hecho “viejos” a decir de Alain Touraine. Allí no cabe aquella antigua centralidad del “Sujeto” que “resolvía” de un modo facilón los nudos problemáticos de cualquier proyecto revolucionario (montañas de libros testimonian este debate durante todo el siglo XX)
Asistimos a un cementerio de categorías que dejan a muchos términos un poco turuletos para seguir diciendo algo. En algunos casos podemos prescindir de su uso (para mi el de “Sujeto”), en otros casos tendremos que hacer las aclaratorias y alcances para que una palabra adquiera otro significado (en cierto modo “pueblo” o “crítica“) No me ocupo aquí del modo como funciona este asunto en los procesos políticos venezolanos. Ello requerirá otra entrada, otro momento. Para ello será muy útil que estas cuestiones previas queden bien establecidas. No hace falta estar enteramente de acuerdo. Basta con una comprensión compartida de los límites de la discusión y de los cursos posibles para un abordaje pertinente.
Preguntarse por la posibilidad misma de la revolución es colocar todo en discusión, es desembarazarse de la aparente comodidad de lo simple, es evitar la ficción de líneas demasiado rectas entre los deseos y la terca realidad, es aprender el arte de dudar y cuestionar. De eso se trata.